Thursday, January 10, 2008

Te convido un pedacito

“Pero estaba seguro de mí, seguro de todo, seguro de mi vida y de esta muerte que iba a llegar. Si, no tenía mas que esto. Pero, por lo menos, poseía esta verdad, tanto como ella me poseía a mí. Yo había tenido razón, tenia todavía razón, tenia siempre razón. Había vivido de tal manera y podía haber vivido de tal otra. Había hecho esto y no había hecho aquello. No había hecho tal cosa en tanto que había hecho esta otra. ¿Y después? Era como si durante toda la vida hubiese esperado este minuto... y esta brevísima alba en la que quedaría justificado. Nada, nada tenia importancia, y yo sabia bien por qué. Desde lo hondo de mi porvenir, durante toda esta vida absurda que había llevado, subía hacia mí un soplo oscuro a través de los años que aún no habían llegado, y ese soplo igualaba a su paso todo lo que me proponían entonces, en los años no más reales que los que estaba viviendo. ¡Qué me importaban la muerte de los otros, el amor! ¡Qué me importaban su Dios, las vidas que uno elige, los destinos que uno escoge, desde que un único destino debía de escogerme a mí (la muerte) y conmigo, a millares de privilegiados! Todo el mundo era privilegiado. No había mas que privilegiados. También a los otros los condenarían un día (a la muerte). Comprendía, pues, este condenado desde lo hondo de mi porvenir...”

“Me pareció que comprendía por qué había jugado a comenzar otra vez. Allá, alla también, en torno de ese asilo, la noche era como una tregua melancólica. Tan cerca de la muerte, debía de sentirse así liberada y pronta para revivir todo. Y yo también me sentía pronto a revivir todo. Como si esta tremenda cólera me hubiese purgado del mal, vaciado de esperanza, delante de esta noche cargada de presagios y estrellas, me habría por primera vez a la tierna indiferencia del mundo. Al encontrarlo tan semejante a mi, tan fraternal, en fin, comprendia qur había sido feliz y que lo era todavía.”

Albert Camus, El Extranjero.