Saturday, January 12, 2008

Dos anécdotas

Ayer volví a ver una de mis películas favoritas La Passion de Jeanne d'Arc (1928, Dreyer) No me canso nunca de verla, siempre me despierta algo nuevo la hermosa Renée Falconetti llorando, pobrecita, se me parte el corazón, no puedo evitar largarme a llorar yo también, con ella, indignadísima, en alguna parte del film.
Hace un par de meses fui a ver una proyección, de esta película, con música en vivo, en La Biblioteca Nacional. En el piano estuvo Carlos Cutaia (Pescado Rabioso, La Máquina de Hacer Pájaros, etc.) y fue tan hermoso, tan sublime, tan…inexplicable, que me quedé esperando al pianista como 30 minutos, a que termine de hablar con todas las señoras cholulas que lo fueron a saludar. Pero me estaba empezando a sentir un poco tarada, por que ni si quiera sabía lo que le iba a decir: “ehhmmm me encantó su interpretación” (crik crik), pedirle un autógrafo: ni loca! ahí si me hubiera sentido tan estúpida como esas viejas. Lo único que quería era que me diga algo que me haga cerrar esa hermosa sensación. No me podía ir así, (¡claro que no!) quería hacerle saber lo lindo que fue, mis más sinceras felicitaciones. Necesitaba algo de ese hombre que por 98 minutos me dio tanto…
Pero me fui. Arrepintiéndome todo el camino hasta casa.
Como cuando estuve con L. en una charla de Lucrecia Martel, y las dos como unas tontitas esperando verla a la salida en el hall, para sonreírle, no se para que. Pensamos que una vez frente a ella íbamos a juntar fuerzas, de no de donde, y finalmente hablarle, que ella nos corresponda, poder rozar mi mejilla con la de ella.
Pero la hermosísima Martel pasó enfrente de nosotras y nos ganó el miedo. No podíamos creer lo cerca que la teníamos y no poder hacer nada! Así que no nos quedó otra que seguirla. Si señores! La seguimos dos interminables cuadras, hasta que se encontró con una que sí se animo a hablarle y… tuvimos que partir insatisfechas (y chorreadas de envidia)

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